No podemos excluir de un día para otro el origen del estrés. Pero sí que podemos tener diariamente momentos de calma que nos ayudarán a tener momentos de tranquilidad y fuerza interior.
A lo largo de nuestra vida nos damos cuenta de que para sentirnos bien es muy importante cultivar la serenidad. Pero, ¿cómo hacemos para que no nos afecte lo que ocurre a nuestro alrededor?
En primer lugar debemos ser conscientes de que la serenidad es un estado interior. Con lo cual nada que esté fuera logrará desequilibrarnos para expresar nuestra serenidad.
El trabajo y la familia crean una influencia que si no se controla puede llevarnos hacia un desequilibrio y con ello conllevar a un estado anímico y físico transcendental. Las quejas más frecuentes son la economía y la falta de tiempo para dedicarlo a uno mismo. Podemos compensar este peso buscando momentos de conexión con uno mismo. Si nos “alimentamos” espiritualmente llevaremos mejor los desafíos de la vida.
Tenemos que aprender a afrontar nuestros miedos, uno de los miedos más frecuente es el temor a la muerte, si nos concienciamos de que morir significa sólo despojarnos del cuerpo poco a poco la mente va aminorando el miedo a ella y así volverá la serenidad.
Otra cosa que podemos hacer sería organizarnos el tiempo, tener un ritmo estructurado y agradable diariamente, aminoraremos la ansiedad canalizando así la atención en el momento, en el ahora no pensando en el futuro programado. Así la rutina nos será más llevadera y nos daremos cuenta de que la vida no termina.
También sería conveniente no ir con prisas, procurar hacer las cosas más despacio poniendo empeño en el trabajo y las cosas cotidianas pues estaremos más atentos a lo que hacemos y tendremos menos ansiedad.
Es recomendable cada día dedicar un tiempo a realizar ejercicios de respiración, debe ser en un lugar tranquilo sin que haya nada que nos pueda distraer y a la misma hora, si puede ser. Tumbado o sentado se cierran los ojos ose centra la mirada en un punto fijo, a continuación se ponen las manos en el vientre y se concentra en cómo sube y baja el abdomen con cada respiración.
Frases como “ haz una cosa después de otra”, “de peores situaciones he salido”, “me lo tomaré como un reto”... ayudan mucho a no perder la serenidad, además de fortalecernos.
Una manera de comprobar una fase de estrés es ser consciente de los lugares del cuerpo en los que se tiene la tensión. Normalmente son los músculos de la cara, la nuca, la espalda, la mandíbula, el pecho y la espalda, se trata simplemente de contraer la zona durante unos segundos y soltar, así eliminaremos el estrés acumulado.
La meditación también ayuda bastante, pues a través de ella llegamos a una relajación que nos hace reencontrarnos con nosotros mismos y así dejar que las cosas sucedan a su ritmo natural.
Un hombre no trata de verse en el agua que corre, sino en el agua tranquila, porque solamente lo que en sí es tranquilo puede dar tranquilidad a otros.
No podemos excluir de un día para otro el origen del estrés. Pero sí que podemos tener diariamente momentos de calma que nos ayudarán a tener momentos de tranquilidad y fuerza interior.
A lo largo de nuestra vida nos damos cuenta de que para sentirnos bien es muy importante cultivar la serenidad. Pero, ¿cómo hacemos para que no nos afecte lo que ocurre a nuestro alrededor?
En primer lugar debemos ser conscientes de que la serenidad es un estado interior. Con lo cual nada que esté fuera logrará desequilibrarnos para expresar nuestra serenidad.
El trabajo y la familia crean una influencia que si no se controla puede llevarnos hacia un desequilibrio y con ello conllevar a un estado anímico y físico transcendental. Las quejas más frecuentes son la economía y la falta de tiempo para dedicarlo a uno mismo. Podemos compensar este peso buscando momentos de conexión con uno mismo. Si nos “alimentamos” espiritualmente llevaremos mejor los desafíos de la vida.
Tenemos que aprender a afrontar nuestros miedos, uno de los miedos más frecuente es el temor a la muerte, si nos concienciamos de que morir significa sólo despojarnos del cuerpo poco a poco la mente va aminorando el miedo a ella y así volverá la serenidad.
Otra cosa que podemos hacer sería organizarnos el tiempo, tener un ritmo estructurado y agradable diariamente, aminoraremos la ansiedad canalizando así la atención en el momento, en el ahora no pensando en el futuro programado. Así la rutina nos será más llevadera y nos daremos cuenta de que la vida no termina.
También sería conveniente no ir con prisas, procurar hacer las cosas más despacio poniendo empeño en el trabajo y las cosas cotidianas pues estaremos más atentos a lo que hacemos y tendremos menos ansiedad.
Es recomendable cada día dedicar un tiempo a realizar ejercicios de respiración, debe ser en un lugar tranquilo sin que haya nada que nos pueda distraer y a la misma hora, si puede ser. Tumbado o sentado se cierran los ojos ose centra la mirada en un punto fijo, a continuación se ponen las manos en el vientre y se concentra en cómo sube y baja el abdomen con cada respiración.
Frases como “ haz una cosa después de otra”, “de peores situaciones he salido”, “me lo tomaré como un reto”... ayudan mucho a no perder la serenidad, además de fortalecernos.
Una manera de comprobar una fase de estrés es ser consciente de los lugares del cuerpo en los que se tiene la tensión. Normalmente son los músculos de la cara, la nuca, la espalda, la mandíbula, el pecho y la espalda, se trata simplemente de contraer la zona durante unos segundos y soltar, así eliminaremos el estrés acumulado.
La meditación también ayuda bastante, pues a través de ella llegamos a una relajación que nos hace reencontrarnos con nosotros mismos y así dejar que las cosas sucedan a su ritmo natural.
Un hombre no trata de verse en el agua que corre, sino en el agua tranquila, porque solamente lo que en sí es tranquilo puede dar tranquilidad a otros.
Enrique Jimenez
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